Le dieron un regalo y lo encajó justo en la grieta donde el sol no brilla, allá en los linderos del inframundo, donde ni las arañas se atreven a tejer. 

Le gusto tanto el dibujo que hizo de su amada que prefirió quedarse con el cuadro antes que con ella. Historia con final aberrante.

El amigo de Esculapio que no dejaba de quejarse y se fue a una isla a plantar carteles. Siendo él, el único habitante.

Las papas no llegaron como él quería. En un ataque de furia, mientras estaba siendo filmado por un transeúnte, comenzó a saltar sobre ellas. Luego de esguinzarse un tobillo al pisar mal una papa defectuosa, y en un claro acto de deterioro cognitivo, decide arrojarle una banana. El Papa, pisoteado por la noticia, no tardó en sancionar al fiel seguidor de la doctrina por conductas poco éticas y atrevidas.

En plena crisis existencial y cansado de sus interminables viajes como repartidor de embutidos congelados a los supermercados chinos, decide comenzar a comer carne humana para hacer de sus días sin sentido, algo sublime y trascendental. No sin antes comerse al perro del vecino y al gato de la esquina.

Victima de un desamor, aloja en su cabeza a un naufrago que espera la llegada de una hermosa sirena a la que le escribió un poema en una botella que se hundió ni bien lanzo al océano de sus pensamientos.